La coagulación es un fenómeno físico-químico en el que las partículas suspendidas coloidales son neutralizadas por colisión mutua por interacción con un reactivo (generalmente una sal de catión polivalente como Fe+3 y Al+3). Se forman así flóculos que, al alcanzar una densidad ligeramente superior a la del agua, son capaces de sedimentar debido a las fuerzas gravitacionales produciéndose una primera separación de la fase sólido-líquido. El coagulante generalmente utilizado en el tratamiento de las aguas residuales es (Al2(SO4)3·18H2O). A diferencia de la coagulación química, en los procesos de electrocoagulación, el agente coagulante es generado in situ por oxidación electrolítica del material del ánodo, lo cual permite reducir la dosificación de reactivos y, en consecuencia, supone un importante ahorro en los costes de operación. Durante el proceso de electrocoagulación las especies iónicas cargadas son eliminadas del agua residual por dos vías: mediante la reacción con un ión con carga iónica opuesta o bien mediante la floculación y posterior decantación de los hidróxidos metálicos generados.
Entre las desventajas de la electrocoagulación se encuentra requerimientos como el reemplazo periódico del electrodo de sacrificio, y que el agua tenga una conductividad mínima diferente de cero que varía según el diseño del reactor, lo que limita su uso en aguas con baja cantidad de sólidos totales disueltos (STD). También se encuentra la formación de una película de óxido impermeable en el cátodo que interfiere con el buen desempeño de la celda, este efecto se puede disminuir cambiando la polaridad de la celda, y lodos con una alta cantidad de concentración de hierro y aluminio, dependiendo del material del electrodo de sacrificio usado.